Texto Narrativo
Encarnación nos narra su experiencia escolar teñida por algunos años de vida. Ella nació en San Juan y en el año `64 se radicó en Trelew, desde entonces nos acompaña en su cotidianeidad.
¿Cómo empecé a escribir?
Allá por los años `30 más o menos en el 1937 en la escuelita primaria, (iba a una escuelita muy sencilla, de los tiempos de antes, muy humilde) nos enseñaron a dibujar palotes, nos mostraban las letras dibujadas y nosotros las copiábamos. Después de que nos enseñaron las letras nos decían cómo pronunciarlas y armábamos palabras siguiendo el ejemplo de: “la m con la a, MA y así sucesivamente.
Aprendíamos solamente en la escuela, antes no era común que los padres ayudaran a los chicos en las cosas de la escuela. Creo que recién en el tercer o cuarto grado nos enseñaron a escribir con cursiva. Siempre con lápiz. Recién cuando aprendimos la cursiva íbamos con los tinteros en el bolsillo; (entre risas) siempre sucios los bolsillos con la tinta.
La prolijidad, yo era bastante prolija. Con la cursiva era más desastrosa. En el tiempo de la cursiva leíamos y escribíamos. Teníamos nuestro libro de lectura y, nos hacían pasar al frente para leer recitando.
En cuanto al curso, éramos muchos chicos pero más o menos de las mismas edades, cada cual tenía su grado; y las maestras… en ese entonces… eran buenas.
Entre los hermanos nos ayudábamos, por ahí los más grandes nos explicaban a nosotros. A mi hermano más chico “el Tino” yo le ayudé muy poco porque éramos muy seguidos, antes cada dos años más o menos venía un hermano.
Después del tercer grado nos pasaron a otra escuela porque ella no contaba con los siguientes grados. La otra era de cuarto, quinto y sexto grado, ahí terminabas la primaria. Esa escuela nos quedaba más lejos, como a diez kilómetros de la casa. Íbamos todos juntos caminando y volvíamos igual. Secundaria no hice, porque en realidad vivíamos muy lejos y es que era distinto antes: había mucho trabajo en la casa porque vivíamos en la chacra. La Estela siempre se acuerda de que a los nueve años yo me agarraba el fuentón de masa y me ponía a amasar. A mí siempre me gustó amasar, la mamá me lo preparaba y yo amasaba.
Narrado por Encarnación Mut.
Aprendíamos solamente en la escuela, antes no era común que los padres ayudaran a los chicos en las cosas de la escuela. Creo que recién en el tercer o cuarto grado nos enseñaron a escribir con cursiva. Siempre con lápiz. Recién cuando aprendimos la cursiva íbamos con los tinteros en el bolsillo; (entre risas) siempre sucios los bolsillos con la tinta.
La prolijidad, yo era bastante prolija. Con la cursiva era más desastrosa. En el tiempo de la cursiva leíamos y escribíamos. Teníamos nuestro libro de lectura y, nos hacían pasar al frente para leer recitando.
En cuanto al curso, éramos muchos chicos pero más o menos de las mismas edades, cada cual tenía su grado; y las maestras… en ese entonces… eran buenas.
Entre los hermanos nos ayudábamos, por ahí los más grandes nos explicaban a nosotros. A mi hermano más chico “el Tino” yo le ayudé muy poco porque éramos muy seguidos, antes cada dos años más o menos venía un hermano.
Después del tercer grado nos pasaron a otra escuela porque ella no contaba con los siguientes grados. La otra era de cuarto, quinto y sexto grado, ahí terminabas la primaria. Esa escuela nos quedaba más lejos, como a diez kilómetros de la casa. Íbamos todos juntos caminando y volvíamos igual. Secundaria no hice, porque en realidad vivíamos muy lejos y es que era distinto antes: había mucho trabajo en la casa porque vivíamos en la chacra. La Estela siempre se acuerda de que a los nueve años yo me agarraba el fuentón de masa y me ponía a amasar. A mí siempre me gustó amasar, la mamá me lo preparaba y yo amasaba.
Narrado por Encarnación Mut.
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¡GRACIAS PROFE!
Hasta ese momento era un día como cualquier otro. Llegamos a la escuela, formamos como de costumbre a las siete y media de la mañana en el gimnasio, pasamos al aula con el profesor de matemáticas, resolvimos esas complicadas operaciones logarítmicas, tocó el timbre del recreo, fuimos a jugar a la pelota con mis compañeros al patio, y cuando volvimos al aula, ahí estaba él… el profesor de Lengua. Hasta ese momento amaba las lecturas de literatura en voz alta, sumergirme en esos mundos fantásticos creados por hombres genios. Hasta el día de hoy todavía amo esas actividades, pero ese día no fue igual. Un rotundo cambio comenzaba a gestarse a las diez y media de la mañana de ese mismo día en mi apasionado gusto por las letras.
Como era habitual, el profesor llegó al aula saludando con su típico tono sargentón. Pero a pesar de ello era un buen tipo, era uno de los profesores que más quería en la escuela. Esperaba impacientemente que sacara de su portafolio alguno de sus magistrales libros de literatura, pero ese momento no llegó nunca.
- Chicos, hoy vamos a trabajar de otra forma. Hoy no vamos a leer, vamos a escribir -señaló sentenciando la actividad.
Algo desconcertado con la nueva propuesta no tardé en preguntarle por qué no íbamos a leer nada ese día. Eso era lo que más me gustaba, cómo era posible que las cosas cambiaran de rumbo tan rotundamente.
- Ya hemos leído mucho chicos, ahora tenemos que hacer otras cosas. Tenemos que ver cómo les va con la escritura.
- ¿Y qué tenemos que hacer profe? –preguntó mi compañero de banco tan desconcertado como yo.
- Vamos a ejercitar la escritura. Se van a juntar en parejas, van a elegir una de las obras que hemos leído, van a seleccionar uno de los temas que aborda esa obra y van elaborar un escrito donde se desarrolle y explique el tratamiento de dicho tema.
Ante semejante consigna y ante semejantes pretensiones planteadas por el profesor, no hubo uno solo de mis compañeros que no quedara atónito. La reacción en cadena fue preguntar inmediatamente y al unísono cómo íbamos a hacer semejante trabajo.
- Van a tener que investigar chicos. Ahora vamos a ir a la biblioteca y vamos a empezar a buscar información para el trabajo, pero antes tienen que armar las parejas y elegir el tema
Armamos los grupos tal como lo pidió el profesor, elegimos los temas para investigar, fuimos a la biblioteca, encontramos pilas de información y nos dispusimos a comenzar con nuestra tarea. Leímos hasta el hartazgo, teníamos mucha información para hacer el trabajo pero no sabíamos como empezar.
Mientras tanto el profesor, muy cómodamente instalado en su escritorio, leía uno de esos libros que a mí me gustaban, hacía lo que yo quería hacer, sin preocuparse por la situación en la que nos encontrábamos todos: desconcierto absoluto. Como todos estábamos en las mismas condiciones decidimos abandonar la tarea, y poco a poco nos fuimos alborotando, hasta convertir el aula en un verdadero carnaval carioca. Pero claro, como el profesor estaba tan concentrado y compenetrado leyendo lo que yo quería leer, o por lo menos lo que yo quería escuchar de su propia boca, no se daba cuenta del alboroto que habíamos armado, hasta que en una de nuestras carreras, uno de mis compañeros, tropezando con el pie de otro, fue a parar justo debajo del escritorio del profesor. Al darse cuenta del desorden que había en el aula, éste volvió estrepitosamente al mundo real y vociferó con toda su ira.
- ¡¿Qué creen que están haciendo?! ¡¿Cómo van a hacer semejante lío?! ¡¿y por qué no están trabajando en lo que les indiqué?! Por haber hecho todo este desorden, la semana que viene quiero en mi escritorio cada uno de los trabajos.
Obviamente nadie osó efectuar comentario alguno acerca de lo sucedido ni dar los motivos por los que nos portamos así. Lo único que se me vino a la mente fue que ese día era jueves y la próxima clase la tendríamos el martes. Evidentemente mis compañeros y yo nos encontrábamos en serios problemas. No disponíamos de mucho tiempo y no teníamos la menor idea de cómo elaborar ese bendito escrito.
El día viernes por la tarde, gracias a los consejos de mi mamá, me dispuse a buscar un profesor particular de lengua que nos ayudara a mi compañero y a mí a hacer el trabajo. Después de recorrer varias escuelas, bibliotecas e institutos finalmente dimos con un profesor de lengua que no nos cobraría por ayudarnos y nos aseguraba buenos resultados. La única condición era prestar mucha atención a las explicaciones. No entendimos bien a qué se refería el hombre, pero lo importante era que nos iba a ayudar gratis y nos garantizaba buenos resultados.
El sábado a primera hora, mi compañero y yo estuvimos en la casa del profesor. Le explicamos, como pudimos, lo que nos pedían en la escuela y el motivo por el cual nos daban tan poco tiempo para hacer el trabajo. Frente a esta situación el profesor nos aseguró que no se trataba de un problema tan grave, lo importante era prestar atención a lo que nos explicaría.
- Chicos, lo primero que tienen que saber es que la escritura es un proceso complejo que consta de varios pasos que se deben activar para lograr producir un escrito. El motivo por el cual decidí ayudarles, es porque quiero que hagan concientes los procesamientos mentales que se ponen en juego para producir un texto.
- ¿Cuáles son esos pasos profe? –pregunté entusiasmado porque noté en el profesor un interés particular por enseñarnos a escribir.
Parece que mi pregunta caló hondo en el interior del profesor porque cuando terminé de formularla sus ojos brillaron como dos estrellas diminutas llenas de alegría. A partir de ese momento comenzó a desarrollar una extensa pero clara explicación acerca del tema que tanto quería enseñarnos.
Nos dijo que lo primero que debemos hacer cuando comenzamos a escribir un texto es delimitar el tema que vamos a desarrollar. Como nosotros ya lo teníamos delimitado, nos señaló que el paso siguiente consistía en indagar en nuestra memoria a largo plazo en busca de los conocimientos que poseíamos acerca de dicho tema. A esa información que almacenamos en nuestra memoria también la llamó conocimientos previos. Nos informó además, que una actividad interesante para recolectar información, para confrontar ideas y para seleccionar información relevante y descartar aspectos superfluos consiste en establecer situaciones de diálogo entre compañeros y con los profesores.
El siguiente paso que nos aseguró que era de suma importancia, consistía en buscar material apropiado para desarrollar nuestro tema, y una vez obtenido, organizarlo de modo tal que nos permitiera escribirlo de la forma más ordenada y secuenciada posible; pero para ordenarla y secuenciarla primero debimos elaborar un plan de escritura donde fuimos señalando por rangos de jerarquía los conceptos más importantes. En esta etapa del trabajo la presencia del docente fue de suma importancia ya que gracias a la intervención de él, y a sus consejos, pudimos organizar nosotros mismos los datos que teníamos en nuestro poder.
También nos aseguró que para comenzar a elaborar el escrito primero teníamos que delimitar a quién íbamos a dirigir el escrito, para lo cual debimos prestar atención a la situación comunicativa en la que se iba a presentar el texto y al mismo tiempo qué tipo de texto íbamos a producir. Como no teníamos muchos conocimientos sobre tipologías textuales primero tuvimos que trabajar con distintos tipos de texto para reconocer la estructura que conforma a los mismos, y sólo después de realizar dicha actividad pudimos continuar con nuestro trabajo.
Sólo a partir de la realización de todas estas actividades pudimos elaborar un primer borrador, lo hicimos y se lo entregamos al profesor, este lo miró detenidamente y nos dijo que volviéramos al día siguiente. Efectivamente el domingo estuvimos a primera hora en la casa del docente. Este nos atendió amablemente y luego de conversar un poco sobre temas irrelevantes nos dispusimos a seguir con nuestra tarea. El hombre que tanto quería ayudarnos nos hizo las observaciones pertinentes acerca de nuestro trabajo, pero antes nos señaló que no había corregido aspectos formales, gramaticales u ortográficos porque dijo que dichos aspectos siempre debían dejarse para el final del proceso. Por el contrario nos pidió que leyéramos las correcciones y charláramos sobre ellas, esto nos iba a permitir revisar las cuestiones en las que habíamos fallado y por otro lado realizar un trabajo de autocorrección y autocrítica acerca de nuestro propio trabajo. La situación comunicativa que establecimos entre mi compañero, el profesor y yo fue muy enriquecedora porque a partir de ella pudimos obtener nuevas ideas para agregar al texto.
Finalmente, elaboramos un segundo borrador con las correcciones, y los nuevos aportes extraídos de la conversación entre nosotros. El mismo fue analizado nuevamente por el docente, quien nos dijo que estaba bastante bien aunque se le podían hacer algunos ajustes. Esta actitud me llamó poderosamente la atención porque el profesor que conocimos el viernes por la tarde en ninguno de los días que compartimos juntos nos bajó los ánimos con las correcciones que nos hizo. Esto nos alentaba a mi compañero y a mí a seguir trabajando en nuestro texto para dejarlo lo mejor que pudiéramos.
Por último, entradas las ocho y veinte de la noche mi compañero y yo nos dispusimos a volver a nuestras casas. El trabajo estaba casi concluido, sólo restaba pasarlo en limpio y entregarlo, pero para eso nos quedaba todo el día lunes. Nos quedamos unos minutos hablando con el profesor acerca de los días que habíamos compartido juntos en aquella ardua tarea y luego de darle las gracias por el enorme favor que nos había hecho, este nos terminó de dar su última lección acerca de la escritura.
- Cuando llegaron el sábado, acá, a casa, lo primero que les dije acerca de la escritura fue que se trataba de un proceso complejo ¿se acuerdan?
- Sí profe, ¡nos acordamos! –respondimos los dos al unísono, felices por haber terminado nuestro trabajo y por todo lo que habíamos aprendido en esos dos días.
- Bueno, como tal, todos los pasos que estuvimos trabajando son dinámicos y recursivos. Esto quiere decir que se pueden dar en cualquier momento del proceso, e incluso se pueden dar dos al mismo tiempo. Por eso no tienen que pensar la escritura como un recetario de acciones secuenciadas que se dan paso a paso, una detrás de la otra. ¿Se entiende?
- Sí profesor; nuevamente un millón de gracias por la mano que nos dio. –respondió mi compañero emocionado por haber encontrado a tan buen profesor.
- Y una cosa más, -nos dijo aquel héroe que apareció un viernes por la tarde- el trabajo está bastante bien logrado y su desempeño fue muy bueno, considerando el poco tiempo que tuvimos para trabajar, por eso no se preocupen si la calificación no es la que esperan, ya que un escrito siempre está sujeto a revisiones, motivo por el cual no puede hablarse de textos acabados.
Como era habitual, el profesor llegó al aula saludando con su típico tono sargentón. Pero a pesar de ello era un buen tipo, era uno de los profesores que más quería en la escuela. Esperaba impacientemente que sacara de su portafolio alguno de sus magistrales libros de literatura, pero ese momento no llegó nunca.
- Chicos, hoy vamos a trabajar de otra forma. Hoy no vamos a leer, vamos a escribir -señaló sentenciando la actividad.
Algo desconcertado con la nueva propuesta no tardé en preguntarle por qué no íbamos a leer nada ese día. Eso era lo que más me gustaba, cómo era posible que las cosas cambiaran de rumbo tan rotundamente.
- Ya hemos leído mucho chicos, ahora tenemos que hacer otras cosas. Tenemos que ver cómo les va con la escritura.
- ¿Y qué tenemos que hacer profe? –preguntó mi compañero de banco tan desconcertado como yo.
- Vamos a ejercitar la escritura. Se van a juntar en parejas, van a elegir una de las obras que hemos leído, van a seleccionar uno de los temas que aborda esa obra y van elaborar un escrito donde se desarrolle y explique el tratamiento de dicho tema.
Ante semejante consigna y ante semejantes pretensiones planteadas por el profesor, no hubo uno solo de mis compañeros que no quedara atónito. La reacción en cadena fue preguntar inmediatamente y al unísono cómo íbamos a hacer semejante trabajo.
- Van a tener que investigar chicos. Ahora vamos a ir a la biblioteca y vamos a empezar a buscar información para el trabajo, pero antes tienen que armar las parejas y elegir el tema
Armamos los grupos tal como lo pidió el profesor, elegimos los temas para investigar, fuimos a la biblioteca, encontramos pilas de información y nos dispusimos a comenzar con nuestra tarea. Leímos hasta el hartazgo, teníamos mucha información para hacer el trabajo pero no sabíamos como empezar.
Mientras tanto el profesor, muy cómodamente instalado en su escritorio, leía uno de esos libros que a mí me gustaban, hacía lo que yo quería hacer, sin preocuparse por la situación en la que nos encontrábamos todos: desconcierto absoluto. Como todos estábamos en las mismas condiciones decidimos abandonar la tarea, y poco a poco nos fuimos alborotando, hasta convertir el aula en un verdadero carnaval carioca. Pero claro, como el profesor estaba tan concentrado y compenetrado leyendo lo que yo quería leer, o por lo menos lo que yo quería escuchar de su propia boca, no se daba cuenta del alboroto que habíamos armado, hasta que en una de nuestras carreras, uno de mis compañeros, tropezando con el pie de otro, fue a parar justo debajo del escritorio del profesor. Al darse cuenta del desorden que había en el aula, éste volvió estrepitosamente al mundo real y vociferó con toda su ira.
- ¡¿Qué creen que están haciendo?! ¡¿Cómo van a hacer semejante lío?! ¡¿y por qué no están trabajando en lo que les indiqué?! Por haber hecho todo este desorden, la semana que viene quiero en mi escritorio cada uno de los trabajos.
Obviamente nadie osó efectuar comentario alguno acerca de lo sucedido ni dar los motivos por los que nos portamos así. Lo único que se me vino a la mente fue que ese día era jueves y la próxima clase la tendríamos el martes. Evidentemente mis compañeros y yo nos encontrábamos en serios problemas. No disponíamos de mucho tiempo y no teníamos la menor idea de cómo elaborar ese bendito escrito.
El día viernes por la tarde, gracias a los consejos de mi mamá, me dispuse a buscar un profesor particular de lengua que nos ayudara a mi compañero y a mí a hacer el trabajo. Después de recorrer varias escuelas, bibliotecas e institutos finalmente dimos con un profesor de lengua que no nos cobraría por ayudarnos y nos aseguraba buenos resultados. La única condición era prestar mucha atención a las explicaciones. No entendimos bien a qué se refería el hombre, pero lo importante era que nos iba a ayudar gratis y nos garantizaba buenos resultados.
El sábado a primera hora, mi compañero y yo estuvimos en la casa del profesor. Le explicamos, como pudimos, lo que nos pedían en la escuela y el motivo por el cual nos daban tan poco tiempo para hacer el trabajo. Frente a esta situación el profesor nos aseguró que no se trataba de un problema tan grave, lo importante era prestar atención a lo que nos explicaría.
- Chicos, lo primero que tienen que saber es que la escritura es un proceso complejo que consta de varios pasos que se deben activar para lograr producir un escrito. El motivo por el cual decidí ayudarles, es porque quiero que hagan concientes los procesamientos mentales que se ponen en juego para producir un texto.
- ¿Cuáles son esos pasos profe? –pregunté entusiasmado porque noté en el profesor un interés particular por enseñarnos a escribir.
Parece que mi pregunta caló hondo en el interior del profesor porque cuando terminé de formularla sus ojos brillaron como dos estrellas diminutas llenas de alegría. A partir de ese momento comenzó a desarrollar una extensa pero clara explicación acerca del tema que tanto quería enseñarnos.
Nos dijo que lo primero que debemos hacer cuando comenzamos a escribir un texto es delimitar el tema que vamos a desarrollar. Como nosotros ya lo teníamos delimitado, nos señaló que el paso siguiente consistía en indagar en nuestra memoria a largo plazo en busca de los conocimientos que poseíamos acerca de dicho tema. A esa información que almacenamos en nuestra memoria también la llamó conocimientos previos. Nos informó además, que una actividad interesante para recolectar información, para confrontar ideas y para seleccionar información relevante y descartar aspectos superfluos consiste en establecer situaciones de diálogo entre compañeros y con los profesores.
El siguiente paso que nos aseguró que era de suma importancia, consistía en buscar material apropiado para desarrollar nuestro tema, y una vez obtenido, organizarlo de modo tal que nos permitiera escribirlo de la forma más ordenada y secuenciada posible; pero para ordenarla y secuenciarla primero debimos elaborar un plan de escritura donde fuimos señalando por rangos de jerarquía los conceptos más importantes. En esta etapa del trabajo la presencia del docente fue de suma importancia ya que gracias a la intervención de él, y a sus consejos, pudimos organizar nosotros mismos los datos que teníamos en nuestro poder.
También nos aseguró que para comenzar a elaborar el escrito primero teníamos que delimitar a quién íbamos a dirigir el escrito, para lo cual debimos prestar atención a la situación comunicativa en la que se iba a presentar el texto y al mismo tiempo qué tipo de texto íbamos a producir. Como no teníamos muchos conocimientos sobre tipologías textuales primero tuvimos que trabajar con distintos tipos de texto para reconocer la estructura que conforma a los mismos, y sólo después de realizar dicha actividad pudimos continuar con nuestro trabajo.
Sólo a partir de la realización de todas estas actividades pudimos elaborar un primer borrador, lo hicimos y se lo entregamos al profesor, este lo miró detenidamente y nos dijo que volviéramos al día siguiente. Efectivamente el domingo estuvimos a primera hora en la casa del docente. Este nos atendió amablemente y luego de conversar un poco sobre temas irrelevantes nos dispusimos a seguir con nuestra tarea. El hombre que tanto quería ayudarnos nos hizo las observaciones pertinentes acerca de nuestro trabajo, pero antes nos señaló que no había corregido aspectos formales, gramaticales u ortográficos porque dijo que dichos aspectos siempre debían dejarse para el final del proceso. Por el contrario nos pidió que leyéramos las correcciones y charláramos sobre ellas, esto nos iba a permitir revisar las cuestiones en las que habíamos fallado y por otro lado realizar un trabajo de autocorrección y autocrítica acerca de nuestro propio trabajo. La situación comunicativa que establecimos entre mi compañero, el profesor y yo fue muy enriquecedora porque a partir de ella pudimos obtener nuevas ideas para agregar al texto.
Finalmente, elaboramos un segundo borrador con las correcciones, y los nuevos aportes extraídos de la conversación entre nosotros. El mismo fue analizado nuevamente por el docente, quien nos dijo que estaba bastante bien aunque se le podían hacer algunos ajustes. Esta actitud me llamó poderosamente la atención porque el profesor que conocimos el viernes por la tarde en ninguno de los días que compartimos juntos nos bajó los ánimos con las correcciones que nos hizo. Esto nos alentaba a mi compañero y a mí a seguir trabajando en nuestro texto para dejarlo lo mejor que pudiéramos.
Por último, entradas las ocho y veinte de la noche mi compañero y yo nos dispusimos a volver a nuestras casas. El trabajo estaba casi concluido, sólo restaba pasarlo en limpio y entregarlo, pero para eso nos quedaba todo el día lunes. Nos quedamos unos minutos hablando con el profesor acerca de los días que habíamos compartido juntos en aquella ardua tarea y luego de darle las gracias por el enorme favor que nos había hecho, este nos terminó de dar su última lección acerca de la escritura.
- Cuando llegaron el sábado, acá, a casa, lo primero que les dije acerca de la escritura fue que se trataba de un proceso complejo ¿se acuerdan?
- Sí profe, ¡nos acordamos! –respondimos los dos al unísono, felices por haber terminado nuestro trabajo y por todo lo que habíamos aprendido en esos dos días.
- Bueno, como tal, todos los pasos que estuvimos trabajando son dinámicos y recursivos. Esto quiere decir que se pueden dar en cualquier momento del proceso, e incluso se pueden dar dos al mismo tiempo. Por eso no tienen que pensar la escritura como un recetario de acciones secuenciadas que se dan paso a paso, una detrás de la otra. ¿Se entiende?
- Sí profesor; nuevamente un millón de gracias por la mano que nos dio. –respondió mi compañero emocionado por haber encontrado a tan buen profesor.
- Y una cosa más, -nos dijo aquel héroe que apareció un viernes por la tarde- el trabajo está bastante bien logrado y su desempeño fue muy bueno, considerando el poco tiempo que tuvimos para trabajar, por eso no se preocupen si la calificación no es la que esperan, ya que un escrito siempre está sujeto a revisiones, motivo por el cual no puede hablarse de textos acabados.
Narrado por Mauricio Gallardo.
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Una historia sobre la escritura
El hecho de participar en la construcción de este blog sobre escritura me llevó a rememorar mi propia experiencia de aprendizaje; en particular, luego de retomar el planteo de Flower y Hayes sobre la recursividad y flexibilidad de los procesos que participan de la composición.
Me pregunté ¿en qué momento comencé a escribir borradores? No pude, por más que intenté, llegar a una respuesta certera para ese interrogante... Lo que sí puedo afirmar es que no los conocí al llegar a la universidad sino antes, tal vez en el colegio secundario. En la primaria, no era necesario hacer borradores, nos dábamos por satisfechos con escribir cualquier cosa y dejar, en todo caso, que fuera el docente quien señalara algunos “errores” que se nos hubieran escapado. A veces, recuerdo haber pasado algunos textos un tanto desprolijos para que se vieran más “lindos” en el cuaderno. En la secundaria el asunto fue diferente: no recuerdo que trabajáramos con borradores en el aula, no obstante, comencé a sentir la necesidad, no sólo de que el texto producido se viera prolijo sino que además, me preocupaba que el profesor señalara las tildes olvidadas o algún párrafo con referencias como “poco claro” o “confuso” y por ello, releía los escritos con el fin de que fueran comprensibles para los demás. A veces apelaba a algún compañero para que me ayudara, a veces yo sola me ocupaba de corregirlos. Debo confesar que esto no era fácil ya que no sabía exactamente a qué dedicar mis mayores esfuerzos, casi siempre priorizaba los “errores de ortografía” y la coherencia, según el tiempo del que dispusiera y las ganas que tuviera en el momento. Pues, por otro lado, pensaba que los textos sólo eran leídos por el docente (con quien tuvimos la materia durante los últimos cuatro años del Nivel Medio), así que si hubiera algún error sólo lo conocería él.
Al llegar a la universidad (U.N.P.S.J.B.) noté que el salto que había dado desde el 5º año al 1ero de una carrera era una inmensidad y fue difícil. Sin embargo, esas prácticas que había realizado de manera casi intuitiva me ayudaron bastante. Estudiar una carrera como Letras me permitió comprender la dimensión social de la expresión escrita, “descubrí” que el mundo de los textos era más amplio que la literatura que mi profesor nos había presentado. Hice consciente, gracias a docentes, textos, compañeros y teóricos, que los textos están presentes en todo momento y en todo lugar y que la escritura no se practica sólo en el ámbito áulico. Esto me llevó a replantear mi forma de corregir los textos, a pensar todos los aspectos que entran en juego en el proceso escriturario. Creo que por primera vez, empezaba a reflexionar acerca de la complejidad de la escritura y no sólo eso, hacía también consciente que mi capacidad de análisis del mundo se incrementaba a medida que creaba textos más complejos. La experiencia era novedosa, variaban los destinatarios, los temas, los tipos de texto, los registros que utilizábamos para escribir. Sólo a partir de aquí entendí, cuánto mejor comprendía algunos temas a partir de escribir sobre ellos y cuánto más podía relacionarlos con otros.
En este momento, por ejemplo, a partir de escribir sobre mi experiencia ordeno mis recuerdos, los jerarquizo, noto también que ‘construyo’ mi historia de aprendizaje a partir de seleccionar algunos episodios en detrimento de otros. Asimismo, borro, reescribo, pienso, releo, todas las veces que sea necesario y en el orden que considere más conveniente. La escritura no implica un proceso lineal, en el que primero planifico, luego traduzco y por último, corrijo, sino recursivo. Y es más, reviso muchas veces y constantemente, atendiendo a distintos aspectos del texto en cada lectura.
A veces pienso cuánto más llano hubiera sido el camino de no haber sentido “ajena” la escritura durante la adolescencia y pienso en los alumnos que hoy se “niegan” a mejorar su redacción porque “escriben para su docente”.
Me pregunté ¿en qué momento comencé a escribir borradores? No pude, por más que intenté, llegar a una respuesta certera para ese interrogante... Lo que sí puedo afirmar es que no los conocí al llegar a la universidad sino antes, tal vez en el colegio secundario. En la primaria, no era necesario hacer borradores, nos dábamos por satisfechos con escribir cualquier cosa y dejar, en todo caso, que fuera el docente quien señalara algunos “errores” que se nos hubieran escapado. A veces, recuerdo haber pasado algunos textos un tanto desprolijos para que se vieran más “lindos” en el cuaderno. En la secundaria el asunto fue diferente: no recuerdo que trabajáramos con borradores en el aula, no obstante, comencé a sentir la necesidad, no sólo de que el texto producido se viera prolijo sino que además, me preocupaba que el profesor señalara las tildes olvidadas o algún párrafo con referencias como “poco claro” o “confuso” y por ello, releía los escritos con el fin de que fueran comprensibles para los demás. A veces apelaba a algún compañero para que me ayudara, a veces yo sola me ocupaba de corregirlos. Debo confesar que esto no era fácil ya que no sabía exactamente a qué dedicar mis mayores esfuerzos, casi siempre priorizaba los “errores de ortografía” y la coherencia, según el tiempo del que dispusiera y las ganas que tuviera en el momento. Pues, por otro lado, pensaba que los textos sólo eran leídos por el docente (con quien tuvimos la materia durante los últimos cuatro años del Nivel Medio), así que si hubiera algún error sólo lo conocería él.
Al llegar a la universidad (U.N.P.S.J.B.) noté que el salto que había dado desde el 5º año al 1ero de una carrera era una inmensidad y fue difícil. Sin embargo, esas prácticas que había realizado de manera casi intuitiva me ayudaron bastante. Estudiar una carrera como Letras me permitió comprender la dimensión social de la expresión escrita, “descubrí” que el mundo de los textos era más amplio que la literatura que mi profesor nos había presentado. Hice consciente, gracias a docentes, textos, compañeros y teóricos, que los textos están presentes en todo momento y en todo lugar y que la escritura no se practica sólo en el ámbito áulico. Esto me llevó a replantear mi forma de corregir los textos, a pensar todos los aspectos que entran en juego en el proceso escriturario. Creo que por primera vez, empezaba a reflexionar acerca de la complejidad de la escritura y no sólo eso, hacía también consciente que mi capacidad de análisis del mundo se incrementaba a medida que creaba textos más complejos. La experiencia era novedosa, variaban los destinatarios, los temas, los tipos de texto, los registros que utilizábamos para escribir. Sólo a partir de aquí entendí, cuánto mejor comprendía algunos temas a partir de escribir sobre ellos y cuánto más podía relacionarlos con otros.
En este momento, por ejemplo, a partir de escribir sobre mi experiencia ordeno mis recuerdos, los jerarquizo, noto también que ‘construyo’ mi historia de aprendizaje a partir de seleccionar algunos episodios en detrimento de otros. Asimismo, borro, reescribo, pienso, releo, todas las veces que sea necesario y en el orden que considere más conveniente. La escritura no implica un proceso lineal, en el que primero planifico, luego traduzco y por último, corrijo, sino recursivo. Y es más, reviso muchas veces y constantemente, atendiendo a distintos aspectos del texto en cada lectura.
A veces pienso cuánto más llano hubiera sido el camino de no haber sentido “ajena” la escritura durante la adolescencia y pienso en los alumnos que hoy se “niegan” a mejorar su redacción porque “escriben para su docente”.
Narrado por Nadia Soto.
BIBLIOGRAFÍA:
-Alisedo, Graciela; Melgar, Sara y Chiocci, Cristina; Didáctica de las ciencias del lenguaje. Aportes y reflexiones; “¿Y después de la alfabetización inicial?”; Ed. Paidós; Buenos Aires - Barcelona - México.
-Cassany, Daniel; La composición del texto; “Teorías sobre el proceso de composición”.
-Cassany, Daniel; Construir la escritura; “¿Qué es escribir?”; Ed. Paidós. Barcelona, Buenos Aires, México.
-Cassany, Daniel; Reparar la escritura. Didáctica de la corrección de lo escrito; Biblioteca de Aula.
-Langford, P.; El desarrollo del pensamiento conceptual en la escuela secundaria; “La escritura y su proceso”; Ed. Paidós; 1990.
-Marín, Marta; Lingüística y enseñanza de la lengua; “Teoría de la escritura como proceso; Ed. Aique.
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